El 16 de mayo de 1828, lunes de Pentecostés, todos los alemanes de Nürenberg estaban en la calle celebrando el Ausflug anual, una fiesta en la que ni un solo vecino se quedaba en su casa: pobres y ricos poblaban las empedradas arterias de la ciudad. Todo era cantos y griterío, la cerveza se consumía sin cesar. Los primeros que vieron al extraño visitante que acababa de llegar creyeron que todo era producto de la incipiente borrachera. De pronto, en la plaza Unschlitt, como salido de la nada, había aparecido un sujeto encorvado y de mirada turbia, con la mandíbula colgante y aspecto simiesco. Los dedos de sus pies asomaban sangrantes de sus botas rotas. En su temblorosa mano derecha apretaba una carta. Hubo gritos de espanto. Los más precavidos corrieron a llamar a las autoridades.
Si bien el hombre no parecía correr el menor peligro, resultaba una figura extraña para los vecinos del lugar. Un zapatero, algo más benevolente, ofreció cerveza y jamón a esa infeliz criatura que por su aspecto se parecía a un grotesco y golpeado espantapájaro. El insólito forastero llevó la jarra a su boca, bebió un largo trago y vomitó no bien la cerveza había llegado a su estómago. El zapatero insistió, en este caso le ofreció pan y leche. Esta vez dio en la tecla, porque la misteriosa criatura comió y bebió sin problemas.
Cuando llegaron el alcalde y el oficial de guardia, ya el hombre parecía algo más tranquilo.
Lo acosaron a preguntas, pero de inmediato descubrieron que no podía pronunciar su nombre, aunque sí escribirlo en un papel: Kaspar Houser, escribió y ésa fue la primera de las muchas sorpresas que provocaría el enigmático Kaspar Houser. Aquella vez únicamente escribió su nombre, fuera de eso, apenas respondía "no sé" a las preguntas, y llamaba "muchacho" a cualquier persona y "caballo" a todos los animales.
La carta, sin firmar y dirigida a un capitán de caballería, informaba que Kaspar era huérfano, tenía 16 años y quería ser jinete militar.
Y concluía: "Si no acepta usted tenerlo, mátelo a golpes o cuélguelo de un árbol". Molesto ante la mudez de Kaspar, el capitán opinó que se trataba de "un imbécil o un primitivo" y lo dejó en manos de la policía.
Sin embargo, el médico que lo revisó dijo: "El hombre no es un retrasado mental, pero sin duda se lo ha privado de un desarrollo normal".
Así empezó el calvario de este extraño personaje sin padres, hogar ni pasado.
Un enigma irresuelto que asombró a los intelectuales europeos por sus ribetes de locura, conspiración y drama criminal. Su historia, que desde el mismo momento que se conoció interesó a los intelectuales de Europa fue, incluso, llevada al cine.
Su carcelero dijo al diario local: "Kaspar permanece horas sentado sin mover un sólo músculo. No camina y le molesta la luz. En la oscuridad ve como un gato". Y llegaron centenares de curiosos, educadores y científicos.
Todos querían ver como era ese "buen salvaje" que defecaba en su celda sin importarle la mirada ajena y jugaba con un caballito de madera al que además alimentaba antes de comer él.
Otras atracciones consistía en arrimarle una vela, cuya llama Kaspar pretendía tomar, quemándose los dedos, o mostrarle un reloj de péndulo, cuyo movimiento y sonido lo aterraban.
No diferenciaba entre un objeto inanimado y otro vivo.
Después, liberado y puesto al cuidado de un
simple maestro, ocurrió algo inexplicable. No había pasado un mes de aparición, y ya el analfabeto Kaspar Houser sabía leer y escribir como cualquier muchacho de su edad. Tanto que el 7 de julio redactó un dossier completo sobre su único, casi excluyente recuerdo: una habitación minúscula en la que no podía estar de pie, ni había luz, ni sonidos, ni cambios de temperatura, y donde al despertar encontraba una jarra gris y un pan negro. Jamás había visto a un ser humano y, sólo acompañado por su caballito de madera, nunca se sintió feliz o triste, dolorido o cansado.
La policía de Nürenberg no encontró el lugar descripto por el enigmático Kaspar Houser.
En 1829, bajo la tutela del filósofo George Daumer, Kaspar era un amnésico asumido, un refinado comensal y un poeta en ciernes. Pero en octubre de ese año ocurrió algo raro: fue encontrado inconsciente en el piso de la bodega de Daumer, sangrando de un feroz tajo en la frente. Al despertar, declaró que un sombrío enmascarado con guantes de cuero había intentado acuchillarlo, pero las autoridades no le creyeron. "La herida se la pudo haber causado él mismo", dijeron .
Durante los tres años siguientes, a cargo de un excéntrico lord inglés, Kaspar fue bautizado en la iglesia protestante y paseado por las cortes europeas. En 1833, el municipio de Nürenberg, responsable legal de Kaspar, forzó al lord a llevarlo a Ansbach, donde el ahora mundano "ex salvaje" se sintió agobiado por partida doble.
La villa era demasiado tranquila y su custodio oficial, el abogado e investigador Anselm von Feuerbach, había muerto aplastado por un carro frente a la mismísima comisaría, luego de apuntar en su libreta: "Ya sé que Kaspar Houser es hijo natural de un príncipe de Baviera y que su vida o muerte están sujetas a oscuros intereses. Quienes conocen su secreto tienen el poder y los medios para reiterar el primer intento de asesinato. Voy a develar esta siniestra confabulación".
Kaspar no leyó esa nota, pero el revuelo de armas y vigilantes que la concejalía de Nürenberg montó en la puerta de su alojamiento lo tornó irritable y asustadizo. Ya no podía ir y venir libremente, y vivía otra vez encerrado en un cuarto oscuro.
La noche del 13 de diciembre huyó por la ventana. Volvió al amanecer, tambaleante, moribundo, con profundas cuchilladas en los pulmones y el hígado. Antes de derrumbarse, contó que en la plaza de Ansbach un hombre le preguntó su nombre, le aseguró saber quién era su madre, le entregó una cartera con papeles y luego lo apuñaló. La policía no encontró rastros del atacante, pero sí la cartera. Contenía una misterios carta redactada al revés, para ser leída ante un espejo, que decía: "Hauser miente...Se escapó y...En la frontera de Baviera...sobre el río...Me llamo MLO". Nada claro, y entre tanto Kaspar agonizaba sin agregar una palabra más. Y nuevamente las autoridades dijeron que se había herido a sí mismo. Tres días más tarde, antes de expirar, repitió varias veces: "Yo no fui, juro que yo no lo hice". Los colegas de Feuerbach reabrieron el caso y hasta hubo pleitos por injurias a los nobles de Baviera, pero la tesis de que Kaspar era un vástago real criado en prisión no prosperó. Y si él sabía algo más en su hora final, se lo llevó a la tumba.
Si bien el hombre no parecía correr el menor peligro, resultaba una figura extraña para los vecinos del lugar. Un zapatero, algo más benevolente, ofreció cerveza y jamón a esa infeliz criatura que por su aspecto se parecía a un grotesco y golpeado espantapájaro. El insólito forastero llevó la jarra a su boca, bebió un largo trago y vomitó no bien la cerveza había llegado a su estómago. El zapatero insistió, en este caso le ofreció pan y leche. Esta vez dio en la tecla, porque la misteriosa criatura comió y bebió sin problemas.
Cuando llegaron el alcalde y el oficial de guardia, ya el hombre parecía algo más tranquilo.
Lo acosaron a preguntas, pero de inmediato descubrieron que no podía pronunciar su nombre, aunque sí escribirlo en un papel: Kaspar Houser, escribió y ésa fue la primera de las muchas sorpresas que provocaría el enigmático Kaspar Houser. Aquella vez únicamente escribió su nombre, fuera de eso, apenas respondía "no sé" a las preguntas, y llamaba "muchacho" a cualquier persona y "caballo" a todos los animales.
La carta, sin firmar y dirigida a un capitán de caballería, informaba que Kaspar era huérfano, tenía 16 años y quería ser jinete militar.
Y concluía: "Si no acepta usted tenerlo, mátelo a golpes o cuélguelo de un árbol". Molesto ante la mudez de Kaspar, el capitán opinó que se trataba de "un imbécil o un primitivo" y lo dejó en manos de la policía.
Sin embargo, el médico que lo revisó dijo: "El hombre no es un retrasado mental, pero sin duda se lo ha privado de un desarrollo normal".
Así empezó el calvario de este extraño personaje sin padres, hogar ni pasado.
Un enigma irresuelto que asombró a los intelectuales europeos por sus ribetes de locura, conspiración y drama criminal. Su historia, que desde el mismo momento que se conoció interesó a los intelectuales de Europa fue, incluso, llevada al cine.
Su carcelero dijo al diario local: "Kaspar permanece horas sentado sin mover un sólo músculo. No camina y le molesta la luz. En la oscuridad ve como un gato". Y llegaron centenares de curiosos, educadores y científicos.
Todos querían ver como era ese "buen salvaje" que defecaba en su celda sin importarle la mirada ajena y jugaba con un caballito de madera al que además alimentaba antes de comer él.
Otras atracciones consistía en arrimarle una vela, cuya llama Kaspar pretendía tomar, quemándose los dedos, o mostrarle un reloj de péndulo, cuyo movimiento y sonido lo aterraban.
No diferenciaba entre un objeto inanimado y otro vivo.
Después, liberado y puesto al cuidado de un
simple maestro, ocurrió algo inexplicable. No había pasado un mes de aparición, y ya el analfabeto Kaspar Houser sabía leer y escribir como cualquier muchacho de su edad. Tanto que el 7 de julio redactó un dossier completo sobre su único, casi excluyente recuerdo: una habitación minúscula en la que no podía estar de pie, ni había luz, ni sonidos, ni cambios de temperatura, y donde al despertar encontraba una jarra gris y un pan negro. Jamás había visto a un ser humano y, sólo acompañado por su caballito de madera, nunca se sintió feliz o triste, dolorido o cansado.
La policía de Nürenberg no encontró el lugar descripto por el enigmático Kaspar Houser.
En 1829, bajo la tutela del filósofo George Daumer, Kaspar era un amnésico asumido, un refinado comensal y un poeta en ciernes. Pero en octubre de ese año ocurrió algo raro: fue encontrado inconsciente en el piso de la bodega de Daumer, sangrando de un feroz tajo en la frente. Al despertar, declaró que un sombrío enmascarado con guantes de cuero había intentado acuchillarlo, pero las autoridades no le creyeron. "La herida se la pudo haber causado él mismo", dijeron .
Durante los tres años siguientes, a cargo de un excéntrico lord inglés, Kaspar fue bautizado en la iglesia protestante y paseado por las cortes europeas. En 1833, el municipio de Nürenberg, responsable legal de Kaspar, forzó al lord a llevarlo a Ansbach, donde el ahora mundano "ex salvaje" se sintió agobiado por partida doble.
La villa era demasiado tranquila y su custodio oficial, el abogado e investigador Anselm von Feuerbach, había muerto aplastado por un carro frente a la mismísima comisaría, luego de apuntar en su libreta: "Ya sé que Kaspar Houser es hijo natural de un príncipe de Baviera y que su vida o muerte están sujetas a oscuros intereses. Quienes conocen su secreto tienen el poder y los medios para reiterar el primer intento de asesinato. Voy a develar esta siniestra confabulación".
Kaspar no leyó esa nota, pero el revuelo de armas y vigilantes que la concejalía de Nürenberg montó en la puerta de su alojamiento lo tornó irritable y asustadizo. Ya no podía ir y venir libremente, y vivía otra vez encerrado en un cuarto oscuro.
La noche del 13 de diciembre huyó por la ventana. Volvió al amanecer, tambaleante, moribundo, con profundas cuchilladas en los pulmones y el hígado. Antes de derrumbarse, contó que en la plaza de Ansbach un hombre le preguntó su nombre, le aseguró saber quién era su madre, le entregó una cartera con papeles y luego lo apuñaló. La policía no encontró rastros del atacante, pero sí la cartera. Contenía una misterios carta redactada al revés, para ser leída ante un espejo, que decía: "Hauser miente...Se escapó y...En la frontera de Baviera...sobre el río...Me llamo MLO". Nada claro, y entre tanto Kaspar agonizaba sin agregar una palabra más. Y nuevamente las autoridades dijeron que se había herido a sí mismo. Tres días más tarde, antes de expirar, repitió varias veces: "Yo no fui, juro que yo no lo hice". Los colegas de Feuerbach reabrieron el caso y hasta hubo pleitos por injurias a los nobles de Baviera, pero la tesis de que Kaspar era un vástago real criado en prisión no prosperó. Y si él sabía algo más en su hora final, se lo llevó a la tumba.
1 comentario:
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