Estás en una cafetería con tu pareja. Recibe un mensaje. Lo lee. Sonríe. Deja el móvil en la mesa y se vuelve hacia ti, retomando la conversación donde lo dejasteis antes de la interrupción. Esperas unos segundos para ver si toma la iniciativa de compartir contigo tan graciosa novedad. No lo hace. Te impacientas y, aparentando despreocupación, le preguntas quién era. Te dice que nadie.
A los 10 minutos se levanta para ir al baño y te deja sola con su móvil, desprotegido, sobre la mesa...
Quien diga que no siente el impulso de mirar el móvil, quien diga que no siente curiosidad, miente.
Y es que la curiosidad es algo inherente al ser humano. Pero ¿dónde acaba la sana curiosidad y empieza la paranoia?
Si alguien "inspecciona" sin ánimo de encontrar algo concreto, habitualmente lo entendemos como cotillear. Si miramos las fotos, la agenda o el bolso de nuestro "objetivo".
Si se tiene una sospecha de algo malo, como adicciones, enfermedad o problemas de diversa índole (especialmente en la relación padre-adolescente) se concibe no sólo como algo lícito, sino alabable. Se considera que se hace por preocupación, por el bien del espiado.
Si la búsqueda es específica, en otro ámbito, el asunto se complica. Si espiamos a la pareja, el asunto se enturbia, porque normalmente no buscamos indicadores de cuánto nos quiere...sino algo que nos demuestre que está siendo infiel, que nos miente saliendo de juerga cada día tras dejarte en la cama o que ama profundamente y en secreto a su ex...En principio cualquiera diríamos que ahí está la paranoia...
¿Pero la línea está tan clara? ¿Así de fácil podemos juzgar si está bien, mal o regular espiar y rebuscar entre las cosas de otra persona?
La intimidad es algo tan delicado que se corrompe casi con nombrarla. Registrar en el cajón de los calcetines puede ser muchas veces una ofensa mayor que leer el diario personal de un adolescente. Pero ¿cómo podemos valorar eso? ¿La intromisión en la intimidad se valora por el resultado de la inspección? Si no hay nada que esconder ¿no se comete delito al buscarlo? ¿Hasta dónde debemos tomarnos la confianza de mirar?
Leer la correspondencia (ordinaria o electrónica) o el allanamiento son actos claramente invasivos (incluso delictivos) pero, otros son susceptibles de debate. Coger el bolso de alguien para buscarle la cartera; mirar las fotos del móvil o la cámara; incluso mirar los libros que está leyendo...pueden ser actos inocentes para algunos y una intromisión tremenda en la intimidad para otros.
Ésta como otras situaciones, es una cuestión de límites. Y los límites en una relación los ponen las personas que interactúan en ella. Una vez puestos, se firma un compromiso tácito de no sobrepasarlo...Los problemas aparecen cuando una de las partes se siente en la necesidad o en el derecho de romper las reglas. La relación puede convertirse en una dinámica de indago-oculto cosas; un tira y afloja en el que habitualmente no gana nadie...y es que la curiosidad sigue matando al gato...
A los 10 minutos se levanta para ir al baño y te deja sola con su móvil, desprotegido, sobre la mesa...
Quien diga que no siente el impulso de mirar el móvil, quien diga que no siente curiosidad, miente.
Y es que la curiosidad es algo inherente al ser humano. Pero ¿dónde acaba la sana curiosidad y empieza la paranoia?
Si alguien "inspecciona" sin ánimo de encontrar algo concreto, habitualmente lo entendemos como cotillear. Si miramos las fotos, la agenda o el bolso de nuestro "objetivo".
Si se tiene una sospecha de algo malo, como adicciones, enfermedad o problemas de diversa índole (especialmente en la relación padre-adolescente) se concibe no sólo como algo lícito, sino alabable. Se considera que se hace por preocupación, por el bien del espiado.
Si la búsqueda es específica, en otro ámbito, el asunto se complica. Si espiamos a la pareja, el asunto se enturbia, porque normalmente no buscamos indicadores de cuánto nos quiere...sino algo que nos demuestre que está siendo infiel, que nos miente saliendo de juerga cada día tras dejarte en la cama o que ama profundamente y en secreto a su ex...En principio cualquiera diríamos que ahí está la paranoia...
¿Pero la línea está tan clara? ¿Así de fácil podemos juzgar si está bien, mal o regular espiar y rebuscar entre las cosas de otra persona?
La intimidad es algo tan delicado que se corrompe casi con nombrarla. Registrar en el cajón de los calcetines puede ser muchas veces una ofensa mayor que leer el diario personal de un adolescente. Pero ¿cómo podemos valorar eso? ¿La intromisión en la intimidad se valora por el resultado de la inspección? Si no hay nada que esconder ¿no se comete delito al buscarlo? ¿Hasta dónde debemos tomarnos la confianza de mirar?
Leer la correspondencia (ordinaria o electrónica) o el allanamiento son actos claramente invasivos (incluso delictivos) pero, otros son susceptibles de debate. Coger el bolso de alguien para buscarle la cartera; mirar las fotos del móvil o la cámara; incluso mirar los libros que está leyendo...pueden ser actos inocentes para algunos y una intromisión tremenda en la intimidad para otros.
Ésta como otras situaciones, es una cuestión de límites. Y los límites en una relación los ponen las personas que interactúan en ella. Una vez puestos, se firma un compromiso tácito de no sobrepasarlo...Los problemas aparecen cuando una de las partes se siente en la necesidad o en el derecho de romper las reglas. La relación puede convertirse en una dinámica de indago-oculto cosas; un tira y afloja en el que habitualmente no gana nadie...y es que la curiosidad sigue matando al gato...
No hay comentarios:
Publicar un comentario