lunes, 18 de noviembre de 2013

Sliding Doors

En la vida, es difícil hacer planes...y además sirve de poco, porque nunca sabes dónde puede conducirte cada decisión que tomas en tu vida...por pequeña que sea.

Así empezaba J su historia el sábado pasado en la Mansión de la Paella. Era una historia entretenida, J resultó ser muy buena narradora y llegaba a un par de conclusiones interesantes.

Yo tenía una vida asentada en mi ciudad. Llevaba cinco años trabajando en la sección de publicidad un periódico local. Estaba contenta con lo que hacía, me encontrada satisfecha con mi trabajo y tenía un novio encantador con el que llevaba cuatro años. Vivía en casa de mis padres, con quienes tenía buena relación (más unida a mi madre, pero me llevaba bien con ambos). Tenía amigos dentro y fuera del trabajo y una vida más o menos planificada. 
En la empresa las cosas eran bastante rutinarias. Todos los años se hacía un congreso internacional de publicidad y 3D. Normalmente iba una compañera a esa clase de eventos, pero ese año, mi jefe decidió que fuera yo. Ni siquiera recuerdo por qué.
Allí conocí a bastante gente. Y entre todos los asistente, y muy de refilón, a M. Nos saludábamos todos los días, pero no cruzábamos más palabra que el buenos días de rigor. Regresé a mi casa del congreso sin grandes novedades. Pero M consiguió mi dirección de correo y decidió escribirme un mail. Me hizo bastante gracia y continuamos escribiéndonos durante un tiempo. Cada vez con más frecuencia; cada vez con más intensidad...Hasta que quedamos para conocernos. 
Quedamos en España. Me fui dos semanas de vacaciones y ya no regresé más. El día que tenía que coger el avión de vuelta, M cambió la hora del despertador y perdí el vuelo. Creí que me daba algo cuando me desperté y comprendí que no llegaba al aeropuerto con hora de embarcar. Él me pidió que no volviera, que me quedara con él.
Por una parte, en mi país tenía una vida... mi familia, mi chico, mi trabajo, mis amigos...mis planes. Por la otra, nunca me había sentido como esos quince días con M. Así que cogí el teléfono y llamé a mi madre y a mi jefe. Mi jefe me concedió una excedencia de tres meses para que pudiera volver al trabajo si mi experimento vital no funcionara. Mi madre me dijo que estaba loca y mi padre me retiró la palabra durante meses. Pero me quedé en España.

De esto han pasado ya 7 años. Estamos casados, con dos niñas y no me arrepiento de ninguna de las decisiones que he tomado en mi vida, porque me han traído hasta aquí. Y es un punto en el que jamás pensé estar. No era para nada parte de mi plan de vida. Mi vida tenía que haber sido de otra manera. Si mi jefe no me hubiera mandado al congreso de publicidad... Quien sabe... Si no me hubiera cruzado con M esa mañana... Si él no hubiera conseguido mi dirección de email... Es como la película de Sliding Doors! Cómo puede cambiar tu vida por una simple decisión. Por tomar un tren en lugar de otro; por ir o no ir a una fiesta; por hacer un viaje a un sitio en lugar de a otro.

Crees que las grandes decisiones de tu vida serán la que tengan más peso en tu futuro. Pero estas solo son las decisiones de las que somos conscientes: qué estudiar, en qué trabajar, dónde vivir, casarme o no casarme, romper con mi pareja o no... Pero la vida está llena de pequeñas decisiones que van abriendo caminos diferentes. Y a veces, ni siquiera mirando hacia atrás, somos capaces de identificar cuál fue el primer paso que nos condujo hasta donde estamos ahora.

Y desde entonces, han pasado muchas cosas. Desde luego, ya no están las mariposas en el estómago, pero tengo una vida que no cambiaría, con un gran compañero de viaje. El amor empieza siendo una sensación pero continúa por una decisión. La decisión de permanecer juntos a pesar de que la emoción del inicio haya pasado; la decisión de arriesgar la vida que tenías y apostar por la que puedes tener. Y a mí, me salió bien.

Se encoje de hombros con expresión de timidez. Como si acabara de darse cuenta de que está contando una historia íntima a unos completos desconocido. Nos mira y sonríe.

Se me pasó por la cabeza aplaudir, pero me dí cuenta de que no era apropiado y simplemente le devolví la sonrisa.

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